Por: Yoaxis Marcheco Suárez
"Génesis 3:15 Y
pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya;
ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar".
La relación entre
Dios y el ser humano se rompió desde los inicios de la humanidad, satanás y el
pecado fueron los elementos que separaron a la criatura de su Creador,
estableciendo un abismo entre ambos. La desobediencia fue el condimento que
sasonó al pecado, la falta de voluntad de seguir las instrucciones divinas, la
torpeza humana de creer que la plenitud de la libertad se pueden alcanzar
alejados de Dios. Tras la ruptura la muerte asoló a la creación, la decadencia
reina desde entonces en un mundo apartado del plan para el que fue diseñado.
Vidas sin propósitos, desorientadas, un mundo de corrupción que perece. Lo que
fue creado para ser eterno, llora y gime con Fuertes dolores de parto para
finalmente terminar en el sepulcro. ¿Quién firmó esta sentencia? ¿Dios? Toda
decisión tiene consecuencias, la libertad ha sido el elemento más justo e
importante otorgado por Dios a los seres humanos, la elección de un camino a
seguir es asunto nuestro, Dios no interfiere en ese particular, pero nuestras
decisiones afectan a nuestro medio y a nosotros mismos, somos víctimas de
nuestros propios errores y del autoengaño de creernos suficientes, cuando en
realidad, nada somos.
Bien dijo Dios a
Adán y a Eva que por el pecado original, la desobediencia, padeceríamos
aflicción y todo lo que esta implica: trabajo para ganar el fruto de la
tierra-nuestro sustento-, contradicciones entre el hombre y la mujer, falta de
entendimiento entre los pobladores de la tierra -la Torre de Babel-, dolor en
las preñeces, la llegada misma a la vida empieza con sufrimiento y llanto, y la
siempre latente realidad de la muerte que nos asecha a cada paso, a cada
bocanada de aire. Obviamente satanás inició todo este andar trágico, pero no
dejamos de ser responsables hombres y mujeres, le abrimos la Puerta al pecado y
la cerramos a Dios, El dejó de habitar en nuestros corazones, no porque quiso,
sino porque sus criaturas así lo decidieron.
Pero según entró
el mal y la muerte a nuestro mundo, así estuvo latente la esperanza: El Hijo ha
sido el encargado de restaurar lo que se rompió en los inicios de la humanidad.
Lo que rompimos con solo una decisión costó la sangre del Unigénito y el alto
precio de rebajarse hasta lo sumo. La muerte en la cruz de Jesús no fue una
más: sobre El llevó todos nuestros pecados, enfermedades, debilidades, toda
nuestra dura humanidad la cargó en los brazos de esa cruz. Cada paso al
Calvario fue el cumplimiento de la Antigua profecía, con sus pies
ensangrentados pisó la Cabeza de la serpiente Antigua, aunque esta lo hirió en
el calcañar. Molido fue por nuestras culpas, pero los clavos en sus manos y
pies han sido la cumbre de su Victoria, vencida y sorbida fue la muerte,
aplastada la serpiente antigua, reconciliados a través de El con Dios, pagada
nuestra deuda.
El camino a la
cruz fue en solitario, el Hijo marchó a la conquista de la vida solo. Sus siete
expresiones antes de dar cumplimiento a su supremo objetivo dan los elementos
de su propósito:
“PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Lc
23,34). Esta intercesión por nuestro perdón
es suficiente para que el Padre lo conceda, ella es la llave de nuestra
salvación, el arrepentimiento es el introducir la llave en la cerradura de la
puerta que Dios nos ofrece para abrirla y encontrar la vida que solo Jesús
logró para nosotros en esa batalla que inició con su muerte de cruz.
“YO TE ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO” (Lc
23,43) La promesa de Cristo al ladrón arrepentido, es también para cada uno de
nosotros. El conquistó la vida eterna
para todo aquel que crea en su Palabra y se arrepienta. Garantizado tenemos un
lugar en el Reino de los Cielos, del cual somos coherederos con El.
“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO. HIJO, AHÍ TIENES A TU MADRE” (Jn 19,26) El canal para la humanidad de Jesús fue María,
mujer indiscutiblemente excepcional, solo así pudo Dios elegirla para cargar en
su vientre el fruto del Espíritu Santo, pero Jesús no pertenece a María, al
contrario María es de Jesús, la sensibilidad del hijo humano lo convoca a dejar
a la mujer que lo trajo al mundo en manos de quien El sabía se haría cargo de
ella. En todo fue ejemplo nuestro Salvador, también en este detalle.
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?” (Mt
27,36) Esta frase nos indica el misterio de la naturaleza del Jesús humillado,
cien por ciento Dios, cien por ciento hombre, el Jesús que como ya decía debe
sumergirse en el abismo profundo de la muerte en total soledad, en total
sufrimiento. El inocente que carga sobre sí las culpas ajenas. El Hijo que
siente la mordida de la serpiente en su calcañar.
“¡TENGO SED!” (Jn 19,28) Otra señal de la humanidad de Jesús,
de las limitaciones de su cuerpo físico. Se hizo débil por nosotros. ¿Qué más
le podemos pedir a Dios? Tengo sed, y la respuesta de aquellos por quienes
había pedido perdón al Padre, de aquellos por quienes moría en ese mismo
instante, fue darle de beber vinagre. Vinagre sobre sus heridas, sobre su carne
lacerada, otra vez nuestro desprecio al regalo de vida del Creador.
“TODO ESTÁ CUMPLIDO” (Jn
19,30) Todo lo que Dios tenía que hacer para nuestra reconciliación fue
cumplido a través de su Hijo. Solo Jesús, sin pecado, podía lograr esa
reconciliación. El pecado nos alejó de Dios, el Cordero inmolado lo venció con
su sangre. Cristo ha sido el vencedor y aceptarlo a El es la decision más
inteligente que los seres humanos pueden tomar. Nuestra deuda con Dios es
insaldable por nosotros mismos, de nada valen los sacrificios. Solo por la
sangre de Jesús nuestra deuda ha sido pagada.
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