martes, 10 de abril de 2018

Carta a un amigo


Por: Yoaxis Marcheco Suárez

Me gusta como huele la tierra cuando está caliente y comienza a llover: -¿Recuerdas ese olor? - Pero ese olor no es igual en otra parte, solo en los montes de Cuba huele a maravilla. Olor a lluvia. Es rico ese olor y da sueño, también el sonido de la lluvia en los techos y en el suelo, extraño el tintineo de la lluvia, solía dormirme de niña escuchando aquel bendito sonido, me acurrucaba en mi cama y mis ojos se cerraban solos. En Cuba la lluvia se siente porque las casas son abiertas, cuando Cuba sea libre tendremos que mantener nuestra vieja costumbre de vivir con las puertas y ventanas abiertas para que entre la luz, el olor de la lluvia, de las hierbas, de la vida.

-¿Te acuerdas de los aguaceros de mayo? Tronaba y aun así nos bañábamos, mientras las madres peleaban y en vano nos llamaban a entrar. Corríamos por los charcos y nunca nos enfermábamos, éramos 'trinquetes'. Y cuando escampaba, todo quedaba quietecito, ni las hojas se movían, solo nuestras risas y las carreras de un lado para otro mientras sudábamos a mares después de habernos bañado, luego las madres de nuevo con sus benditas 'regañinas' y tanto alboroto nos costaba otro baño antes de dormir, y que fastidio, antes de dormir ya los ojos no se sostenían. Benditas madres y benditas noches de la infancia.

-¿Te acuerdas de aquellas troná de veranos? No les teníamos miedo a los truenos, de noche la luz de los relámpagos entraba por las hendijas de mi casa vieja y yo jugaba a mirarme las manos, era una luz blanca, como el flash de una cámara, así me decías: -esos no son rayos, es que nos están tirando fotos desde arriba, boba yo que te creía. Luego aprendimos en alguna película que ya no recuerdo, que para saber si la tormenta se está alejando solo hay que contar entre el sonido de un trueno y otro... uno, dos, tres, cuatro, cinco... bum... uno, dos, tres... bum. Así la pasábamos tirados en el piso del portal, el tuyo o el mío, daba igual, con toda aquella tropa de 'vejigos' del barrio, descalzos y semidesnudos por el calor, porque después de los truenos y el aguacero la humedad nos abrazaba, y se quedaba por mucho rato el retumbar lejano de los truenos. Entonces algún viejo decía: -Se está acabando el mundo por aquel lao. Me gusta el sonido de los truenos cuando se alejan. Y la tarde es entre roja y gris, después de un buen aguacero.

-¿Te acuerdas de aquella vez que nos acostamos en la hierba a mirar el cielo? Mentiroso, decías que nos podíamos despegar de la tierra y caernos, que aunque yo creyera que el cielo estaba arriba, realmente estaba abajo, que solo me salvaba si caía en una nube, vaya que era boba yo, siempre te creía. Y sí que da la sensación de que el cielo está abajo cuando lo miramos acostados bocarriba en la tierra, da la impresión de que nos podemos caer a ese vacío azul, también me gusta el cielo cuando está azul y más en cuaresma cuando el viento que viene del sur es fuerte y las nubes pasan con mucha rapidez: -Já, -me decías- si te caes ahora no hay nube que te salve.

La tierra cubana es tan benigna, no hay fieras salvajes, ni animales venenosos, puedes acostarte en ella y dormir en paz, pero si te agarran las 'santanicas' o 'santanillas' te encienden. ¿Te acuerdas aquel día que nos picaron las santanicas? Nos encendieron el cuello y debajo de los brazos, nuestras madres tuvieron que bañarnos en alcohol, vaya que son terribles esas hormiguillas rojas, algún que otro viejo del barrio nos echó un regaño: -eso es por andar tiraos por el piso, las santanicas pican como el diablo- y las viejas católicas se persignaban y a nosotros pronto se nos olvidaban las picaduras y volvíamos con la 'jauría' de muchachos del barrio a 'pataperrear’ por el campo. Pero donde sí habían muchas santanicas era en la mata de guayabas rojas de la tía Ida, eran un millón y de lejos parecían como un hilillo de candela, aun así te trepabas en la mata y cogías  las guayabas pintonas, las que a mí me gustaban, y la tía Ida venía escoba en mano a ‘azorarnos’ como si fuéramos gallinas en patio ajeno, te lanzabas de la rama donde estuvieras ‘trepado’ y salíamos disparados como flechas, nunca nos alcanzaba la tía, pero siempre daba las quejas a las madres y luego nada de ‘muñequitos’ en la television, el castigo era seguro, después de comida, las tareas y luego la cama, a dar vueltas como un trompo escuchando a los otros muchachos del barrio reír y corretear afuera hasta que el sueño llegara, al otro día todavía sentíamos ‘roña’ contra la tía Ida: -Sí que es ‘lengualarga’, me decías, pero luego cuando nos dábamos los atracones de ‘casquitos’ de guayaba y de mermelada con queso que ella muy bondadosa nos brindaba, se nos olvidaba y le échabamos las miradas más agradecidas: -ná, Ida no es mala gente, ¿verdad?- Me preguntabas y antes de que yo te respondiera decías: -En el fooooondo es muy buena gente, y te echabas una carcajada. 


¿Te acuerdas aquella tarde que me lanzaste una rana verde ‘panciblanca’? Corrí y corrí, pero eras un lince, me alcanzaste y me la tiraste, la rana cayó justo en uno de mis hombros -le tengo terror a las ranas-, estuve sin hablarte mucho tiempo, entonces un día otro niño del barrio hizo lo mismo y tú le arrebataste el animal de las manos, le diste un pescozón y le dijiste muy serio: -el único que puede lanzarle a ella una rana soy yo, y nunca más le voy a lanzar una. Ese fue el día de la reconciliación, nunca antes nos habíamos peleado.

Pero cuando sí la cosa se nos puso mala fue aquella tarde que salimos de la escuela y nos entretuvimos tomando helados, nos sentamos en aquel parque cerca de la cremería, entonces los helados cubanos eran ricos, tú chocolate con vainilla, yo fresa y a veces almendras, el cielo estaba negro, casi nadie en la calle, nos sacaron de la cremería por no sé qué asunto de un ciclón, nosotros en nuestro mundo, risas y más risas, el viento empezó a zarandear las matas y la basura empezó a volar, ya ni sabíamos la hora, y era tarde, de repente vimos a mi padre llegar con pasos largos, todo agitado, habían pasado cuatro horas después de salir de la escuela y se acercaba un ciclón, mi padre no nos habló, solo nos tomó a cada uno por una oreja y así nos llevó por un buen tramo, cuando al fin llegamos al barrio, estaban todos afuera, no entendíamos nada, a ti te dieron una ‘cintiá’ y a mí castigo por un mes, tal era el susto que le habíamos dado a todo el mundo, perdidos en un día de ciclón.

Solo espero que te acuerdes todavía de todas esas cosas, de los colores de los atardeceres, de los olores del barrio, de los viejos que ya se fueron hace rato, de nuestros dicharachos, de los locos de la calle como Seledonio, ¿te acuerdas? Decía que él era el Mesías; o ‘Caguairán’ que una vez nos corrió atrás con un palo en la mano para golpearnos y nos libramos de milagro. Porque al final esa fue mi infancia y la tuya, entonces no había política, ni intereses que nos separaran, entonces jurabas que por siempre seríamos los mejores amigos y fuimos los mejores amigos del mundo, al menos tú eres irrepetible. Eres Cuba de muchos modos, esa parte de Cuba que se llama corazón, algún día, tal vez, no habrán ideologías que nos separen, ni geografías, ni rumbos.

1 comentario:

  1. Excelentes recuerdos convertidos en letra impresa, que nos toca en la nostalgia a todos los que nacimos en aquella sufrida Isla. De nuevo te felicito, Yoaxis.

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